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Van los dos caminando debajo del sol abrazador cuyos rayos parecen ser como brasas
de carbón que caen sobre la cabeza y espalda del niño y el anciano.
Salieron de su humilde y muy amado pueblo en
donde al niño le gustaba jugar con las ovejas, vacas y gallinas de la abuela.
Obviamente Vivían en una granja rodeada de verdes montañas cuya inmensidad
nunca la habían cuestionado, los días en la granja nunca eran aburridos para el
niño que de vestimenta andaba con un overol remendado por todos lados su único
trabajo era romper el overol y el de la abuela era volverlo a coser cada vez
que se rompía.
El abuelo
pasaba las tardes en su mecedora, cuando el sol se volvía su mejor amigo en la
siesta vespertina, despertaba y la cena siempre estaba lista. El niño jugando
con los animales era llamado para comer. Los días transcurrían sin ningún
sobresalto, los abuelos se mostraban el amor que siempre se tuvieron desde
jóvenes, en el más mínimo detalle el abuelo le demostraba eso a su esposa. Podía
ser en la pequeñez de una flor o en la inmensidad de su corazón.
El niño
siempre contento de vivir con ellos jugaba imaginándose toda clase de aventuras
extraordinarias siempre rodeado de sus mascotas preferidas.
Pero un día
en la mañana como cualquier otro día la abuela ya no estaba, el primero en
notarlo fue su esposo. Que pensó que al no verla en la cama junto a él estaría
ordeñando a las vacas. Después el niño le pregunto al abuelo si no había visto
a la abuela. Y fue cuando los dos quedaron estupefactos con la desaparición.
Ella siempre decía cuando salía hacia el pueblo. Pero esta vez no dijo
nada. Esperaron hasta medio día para ir
a buscarla al pueblo, preguntaron en la tienda de comestibles si la habían
visto por el lugar y así pasaron por cada una de las tiendas que había en el
pueblo. Sin haber tenido suerte regresaron a la granja. El ambiente de la casa
de pronto se lleno de tristeza que por la incertidumbre de donde podrían
encontrar a la abuela.
Transcurrieron
los días y nada pasaba en la casa, la abuela no volvía, la tristeza de los dos
se tornaba más decrepita e insoportable.
Antes cuando todo era simplemente bello se convirtió en aburrido y sin color.
El niño ya no jugaba con sus mejores amigos. El abuelo hacia todo lo posible
para que el pequeño no se sintiera tan mal.
Con
melancolía que en estos casos es difícil de borrar, el niño olía la ropa de la
abuela solo para tenerla cerca una vez más en su mente.
De pronto
vio un dibujo de una luna roja hecha por la abuela, lo cual le recordó la
historia que siempre le contaba a él antes de dormir. Una mujer mayor siempre
era elegida por los astros para que se transformara en la luna, esta mujer
según la historia tenía que haber vivido bastante tiempo para tener ese honor
de observar lo que todos hacían en las noches de verano especialmente. Esta
luna roja se veía solo en el desierto que estaba a días de distancia de su
hogar.
El niño
corriendo subió las escaleras para contarle a su abuelo todo esto. El anciano
que tenía la cara pálida por la falta de calor en los instantes en que el
pequeño le decía la historia. La felicidad le volvía al rostro con cada palabra
la risa se le hacía cada vez más y más grande.
En ese
mismo instante decidieron emprender el viaje.
Pasaron una
docena de pueblos todos con una lengua extraña, solo se comunicaban por señas
con los pobladores de cada lugar. Su único objetivo era encontrar el desierto
de la historia que la abuela le contaba al niño.
Después de
casi dos meses de camino encontraron un desierto el más cercano a su lugar de
origen. Caminaron de noche y descansaron de día. Llegaron en un mal momento en
donde la luna roja no hacia presencia en el desierto.
Las provisiones
se fueron acabando el agua escaseaba. Ellos aguardaban con la esperanza ahora
de ver a la abuela reflejada en la luna.
La luna
roja hizo una aparición estrepitosa cuando el sol se esfumaba sobre el
horizonte. La abuela luna nunca se había visto de una manera tan
resplandeciente que su fulgidez abrazo a ambos.
El abuelo y
el niño absortos ante la belleza de la abuela luna comenzaron a sentir un sueño
inmenso por el cansancio de todo este tiempo y por la alegría de volver a ver a
la abuela ahora reflejada en la luna roja.
Durmieron y murieron.
Cada vez
que hay luna roja, los viajeros del desierto ven a un anciano y a un niño
caminando contemplando la esplendida
belleza de la Abuela Luna.
Me parece más que fantástico que tengas un blog en donde plantear eso que llevas dentro..genial
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